SEMMELWEIS, EL GINECÓLOGO QUE SALVÓ LA VIDA A MILES DE MADRES
A mediados del siglo XIX, en los países centroeuropeos, las mujeres de las clases pudientes parían en casa mientras que las que pertenecían a familias sin recursos acudían a las maternidades públicas.
En estos “hospitales”, carentes de los más mínimos requisitos de higiene, la mortalidad de las madres tras el parto oscilaba entre un 10 y un 35% en el mejor de los casos, pero podía llegar a más del 90%.
La causa de esta tragedia era, fundamentalmente, la fiebre puerperal. El puerperio es el periodo que va desde el final del parto hasta la primera menstruación después del embarazo y como fiebre puerperal se entiende aquel proceso infeccioso con temperaturas superiores a 38 grados durante más de dos días en las dos semanas siguientes al parto.
Por entonces no se conocía que había gérmenes microscópicos (fue Pasteur quien hizo este descubrimiento años después), no había guantes, ni paños, ni batas estériles, las manos no se lavaban antes de atender un parto, las levitas de los médicos estaban tan rígidas por la sangre y el pus, que no hacía falta colgarlas… se mantenían de pie.
En este sombrío panorama, cuando ponerse de parto era una alta probabilidad de muerte, aparece un joven ginecólogo, de origen húngaro, Philipp Semmelweis, que ocupa el cargo de ayudante en la primera clínica de obstetricia del Hospital General de Viena.
En este hospital había dos pabellones o secciones, uno atendido por médicos y estudiantes de medicina y otro por comadronas y estudiantes de esta disciplina. Semmelweis se dio cuenta que en la sección de los médicos, la mortalidad por fiebre puerperal era más del 13% mientras que en la de las comadronas era del 1%.
Después de un largo proceso, más que de investigación, de observación, encontró que la única diferencia entre los dos pabellones era que los estudiantes de medicina y sus profesores realizaban autopsias (sin ninguna medida de higiene) y las comadronas no. Llegó a la conclusión que los restos de tejidos y fluidos de los cadáveres que iban en las manos de estudiantes y médicos causaban la fiebre puerperal.
Mediante lavado de las manos y separación de quienes hacían autopsias y atendían después partos, mediante el lavado del instrumental (hasta entonces se limpiaba con un paño, en el mejor de los casos…) obtiene unos resultados espectaculares: en 1844, de un total de 3.556 parturientas, sólo mueren 45, es decir, mejora incluso los resultados del pabellón de comadronas.
Sin embargo, Semmelweis no obtiene el reconocimiento debido. Le hacen la vida imposible, tiene que salir de Viena y regresa a Budapest. Aquí empieza otra vez su lucha y tras seis años de tesón defendiendo sus teorías, consigue que de 933 parturientas… ¡solo mueran ocho!
Es relegado a una universidad de segunda y sufre feroces ataques de colegas de gran fama, que no quieren reconocer el gran descubrimiento de Semmelweis. En 1864 aparecen sus primeros síntomas de locura y finalmente es internado. Muere a los 47 años… de una sepsis (infección generalizada), producida por un corte con el bisturí en una de sus últimas operaciones o autopsias.
Sirvan estas líneas como homenaje a un gran médico que salvó (y sigue salvando) a miles de madres.
Dr. Francisco R. Blanco Coronado
Ginecólogo
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